El principio fundamental de nuestra vida como cristianos es el reconocimiento de la supremacía de Dios. Nos comunicamos con Él a través de la oración, esperamos la orientación e intervención divina y tratamos de ponernos a Su disposición para que nos use.
La dependencia humilde en Dios debe caracterizar nuestra vida cristiana. Al vivir vidas llenas del Espíritu, esperamos ver a Dios actuar a través de nosotros como ministerio y como individuos para llevar a cabo las tareas que Él nos ha dado y ayudar a construir Su reino.
La unidad que se demuestra con hechos habla claro a las personas de nuestro tiempo. A medida que avanzamos para llevar a cabo la obra de Dios, necesitamos amarnos y aceptarnos unos a otros como hermanos y hermanas en la fe. Esto comienza dentro de nuestra propia organización, pero también establece el patrón para la cooperación con los demás.
No importa cuán profesionales, bien planificadas o estratégicas sean nuestras actividades. Éstas tienen que ser relevantes para la gente de hoy en día. Tenemos que comunicar y actuar de manera culturalmente apropiada, comprensible y atractiva, pero sin renunciar a los valores bíblicos.
El resultado de nuestro trabajo debe ser visible en frutos, como está descrito en la Palabra de Dios. Nuestra esperanza es ver conversión, vidas cambiadas, crecimiento de iglesias y evidencias de madurez espiritual en cada individuo. Esto nos lleva a evaluar el trabajo que realizamos, estando preparados y dispuestos a ajustar nuestras estrategias.
Dos señales obvias de crecimiento deberían ser la multiplicación espiritual y la existencia y expansión de nuestros movimientos. También queremos ver a nuestros trabajadores, voluntarios y seguidores crecer activamente en su fe, así como el crecimiento de nuestra capacidad organizativa para seguir el ritmo de nuestros movimientos.